Seguramente te has sentido presionado por tener siempre, o incluso presumir de tener, lo mejor de todo: la mejor cena en un restaurante, el mejor novio, las mejores vacaciones, la mejor casa, la mejor carrera, el mejor entrenador personal, ...
Según un interesante artículo de la revista "Well and Good", este es un efecto secundario del auge de Instagram y de las redes sociales en general, y quienes más lo sufren son los Millennials y la Generación Z, que tienen que lidiar diariamente con una comparación muy estrecha con personas más ricas, más en forma... con una evidente presión muy fuerte sobre las experiencias materiales.
Desgraciadamente, sí, este es uno de los males de nuestro tiempo, el continuo, imparable, exagerado e ilimitado énfasis en la belleza y la felicidad a costa de una visión realista y sincera de cómo son las cosas realmente.
A menudo me encuentro señalando a pacientes y clientes que inevitablemente se encuentran con una comparación constante entre sus vidas y las de amigos o incluso desconocidos a los que siguen en las redes sociales, que la vida es mucho más que unos momentos estudiados, montados, cuidadosamente elegidos, fotografiados o filmados, corregidos, posproducidos, iluminados y luego publicados. La vida se compone de polos opuestos, de lo positivo y lo negativo, de momentos buenos y no tan buenos, de alegrías y tristezas, de depresiones y manías... todo ello es inseparable de nuestra voluntad.
Instagram, más que ninguna otra red social, ha dado vida a esta lupa, absolutamente distorsionada por momentos que parecen robados a la normalidad y que, en cambio, en el 99% de los casos, no tienen nada de "normales", son de hecho estudiados ad hoc.
Yo mismo he sido testigo, en la sala VIP del aeropuerto de Bangkok, de la visión de una chica oriental muy hermosa, apoyada en el mostrador del bar con un aspecto terriblemente triste, la estaba observando y pensé que probablemente estaba teniendo un intercambio de mensajes muy tristes con quién sabe quién, en un momento dado se secó las lágrimas y pidió algo de beber, luego dejó tirado el móvil sobre el mostrador y se quedó mirando al espacio durante 10 minutos con una expresión desesperadamente seria. Quería levantarme y acercarme para consolarla, pero no me dio tiempo. En un segundo se había arreglado el pelo, se había retocado el maquillaje, había buscado una posición sensual retorciéndose en el taburete de la barra, había colocado su copa perfectamente y había regalado su mejor sonrisa a la cámara de su teléfono móvil. El tiempo de un selfie y todo volvió a ser como antes, hombros encorvados, expresión deprimida, mirada fija...
Uno de los mayores riesgos de esta presión constante es lo que se conoce como Ansiedad de Excitación. La excitación es un estado de alerta y de alteración del estado fisiológico del cuerpo y de la mente, el cuerpo se "quema" si se mantiene siempre a alto volumen y alta velocidad. La ansiedad es una señal que exige ser gestionada y atendida, no podemos mantener el cuerpo y la mente en un estado continuo de ansiedad, es perjudicial para todo el sistema.
El riesgo es precisamente el de agotarse en la búsqueda continua, sin detenerse nunca a disfrutar lo que se tiene y lo que se ha conseguido.
La otra posibilidad es volverse adicto, como al azúcar, y entonces cada momento se dedica a comprobar lo que tienen los demás y lo que han conseguido para imponerse nuevas metas dramáticas.
También existe un fuerte riesgo de alienación, en el sentido de dejar de estar presente para uno mismo y sus necesidades reales, sino de estar continuamente en un estado de "hambre inducida" como el hambre química, que nunca puede ser satisfecha, precisamente porque surge de un falso impulso, una especie de error en la codificación de la necesidad.
Las personas más propensas a caer en esta trampa son las que tienen una baja autoestima, las que son inseguras y buscan la aprobación de los demás y las que tienen un locus de control externo. Las personas con grandes carencias emocionales y afectivas son más propensas a ser víctimas de estos mecanismos, teniendo en cuenta que se trata de un mal que puede afectar a cualquiera, incluso a los menos sospechosos.
De hecho, todos estamos sujetos a ella, y todos la sufrimos mucho.
Entonces, ¿cómo nos defendemos de esta presión?
Como siempre, y no me cansaré de decirlo, el apego a la realidad, un recordatorio constante que debemos tener con nosotros mismos para intentar mantenernos lo más cerca posible de la realidad, de cómo son las cosas realmente. A veces nos creemos las imágenes de alegría y vida en vacaciones, aunque las cuelguen conocidos cuyas vidas tristes también conocemos, pero es así. Las imágenes hablan más que mil palabras, así que aunque tengamos mucha información sobre una persona, nos dejamos engañar por lo que vemos. Imagina, entonces, lo fácil que es caer en esta trampa si lo que vemos es la vida de un desconocido...
Hay que recordar que lo que más se dispara en estos casos es el "hambre", es decir, al igual que alguien que come demasiado siempre tiene mucha hambre, si empezamos a buscar una satisfacción económica continua en nuestra vida nos volveremos voraces sin tener la oportunidad de disfrutarla y apreciarla. Además, una especie de desorden en las prioridades: ya no ser capaces de entender lo que es importante y funcional para nuestra vida tratando de alcanzar la mayor cantidad de objetos, viajes, situaciones, relaciones, ... como sea posible.
Y si, por desgracia, ya somos víctimas de esto, ¿cómo salimos de ello?
Hagámonos preguntas, preguntémonos si lo que pretendemos conseguir, si los objetivos que nos hemos marcado nos hacen realmente felices. ¿Buscamos una satisfacción personal, un aumento de nuestra carrera, una mejora de la calidad de vida para nosotros y nuestra familia, o lo hacemos porque es la dirección en la que corre todo el mundo? ¿Por qué hay que hacerlo, por qué "tenemos" que hacerlo? Este es sólo un ejemplo de las sencillas preguntas que deberíamos hacernos de vez en cuando, igual que el capitán del barco comprueba su brújula para asegurarse de que va en la dirección correcta.
Y otra cosa muy importante, en la vida siempre habrá quien esté mejor que nosotros, quien sea más rico que nosotros, quien tenga más suerte. Pero del mismo modo, si queremos seguir viviendo con comparaciones, no podemos negar que también hay quienes están mucho peor que nosotros, que no tienen casa, trabajo, familia, buenas relaciones, ...
Dedicar tiempo a ayudar a los que tienen dificultades es siempre una buena manera de poner los pies en el suelo y volver a darle a las cosas la importancia que tienen.
Ayudar a los demás a alcanzar sus objetivos nos dará el impulso kármico adecuado para alcanzar los nuestros. Ayudar a los necesitados nos dará la claridad necesaria para mirar nuestra vida desde la perspectiva correcta y volver a poner nuestras prioridades en orden.